No había reproches implícitos,
ni surcos relativos.
Lo sabíamos desde el principio.
Resbaladizos e insignificantes,
nos dejamos caer por los trazados
inconclusos.
Las ascuas, petrificadas,
nunca se acostumbraron
a mirar pasar el infinito.
Ahora, el amarillo resbala,
goteando por las mirillas.
Justo en el momento,
en que nuestras miserias,
se vuelven invisibles.
TRANSPARENCIA DEL SILENCIO
Publicado por Laurentina los 05:40
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