METAMORFOSIS



Y nos rodeamos de belleza,
y miramos, especulados, a nuestro alrededor.
Y la belleza nos daña el alma,
y nos impide serenarnos con una vida uniforme.

Y sin embargo, siempre llega la pesadumbre,
que nos exprime, nos amaga,
nos alcanza, nos viola.
Nos obliga a exterminar esa etapa de infantil ilusionismo,
que no viene a cuento en el mundo terrenal.

Y los pilares se caen, y la vida se derrumba,
y ya no queda nada que mantenga en pie
aquello que habíamos añorado,
que nos hacía sentir geniales.

Y las vigas ya no son de roca,
sino un espectáculo de cartón.
Y los besos desalados ya no cumplen como antes,
y de excelentes amantes,
nos transformamos en mediocres muñecos supervivientes.
Y las lágrimas ya caen rodando por las acequias,
con la pesadumbre de la fortuna agradecida.

Y es que, aunque todos queramos,
no sabemos sino naufragar en nuestras heridas.
Chapotear, azarosamente,
para tratar de resarcir
el empuje de los volcanes lacios
que explotan a veces en las esquinas
de nuestras vidas.

Y aún así, retozamos entre el polvo mugriento,
y subimos escalones carcomidos,
pero escalones, al fin y al cabo.

Y nos dejamos inspirar,
porque no existen las mañanas
capaces de acariciar los nudillos del alma.
Porque sabemos, siempre lo supimos,
que aunque nademos en un resquicio seminal,
luchamos por ser cultos y brillantes,
y compartir el éxito austero,
con perfecciones matemáticas,
que nunca pasan al lado,
de la realidad perfecta.

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